En un cándida noche de
verano… bajo un castaño rosa, escuché un zumbido suave… y divisé algo que
volaba.
Zigzagueaba, como danzado una canción venida del cielo y sus alas movía con coquetos y balsámicos movimientos. Al acercarme un poco más, vi una libélula muy especial, grande y bellísima… la cual hechizó mi mirada. Entonces quieta me quedé… para que nada la perturbara.
Zigzagueaba, como danzado una canción venida del cielo y sus alas movía con coquetos y balsámicos movimientos. Al acercarme un poco más, vi una libélula muy especial, grande y bellísima… la cual hechizó mi mirada. Entonces quieta me quedé… para que nada la perturbara.
Movía su cuerpo rojo y
violeta, mientras una lenta brisa acompasada y el sonido cascabelero del agua que
corría en la pileta, acompañaban sus meneos de musa volátil y bailarina gitana.
Se notaba feliz y plena en su espléndida naturaleza, mientras en la glorieta de
la plaza, dos absortos enamorados se besaban bajo la luz de una luna curiosa, que
todo el espectro vigilaba.
Y entonces sucedió un
milagro cuando se acercó un momento a mi mano y comenzó a caer oro de sus alas,
en forma de suspiros suspendidos en el aire, donde formaba distintos espirales,
para hilvanar las palabras de un precioso poema, escrito entre árboles, cascadas
y el inolvidable crepúsculo de aquella tarde… cuando apenas una estrella
asomaba…
Fueron
los más hermosos versos que jamás vi hasta entonces, y ella, una única y angelical
libélula que tocó mi piel y encendió mi mirada… para, luego de bordar completamente
su perfecto mensaje de amor, irse por los cielos en una misión planetaria, regalando
sus letras… sublimes pensamientos embestidos con susurros del alma, los cuales perpetuos
quedaron en plazas, parques y prados, de cada ciudad o poblado, por la grandiosa
misión que Dios le encomendó.
Paty Carvajal
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